29 de junio de 2008
Desde un primer momento, “21 Gramos” es una película que busca impactar al espectador. Alejandro González Iñárritu no se queda en las pretensiones y logra transmitir con eficacia su amargo mensaje: ciertas decisiones que tomamos son capaces de alterar el rumbo de muchas vidas. No sólo las propias y las de nuestros allegados, sino también las de personas que, en primera instancia, no se relacionan con nosotros.
A lo largo de la trama, ninguno de los personajes se salva de esta fatalista premisa. Por un lado, el accidente provocado por Jack Jordan acaba en un instante con la familia construida por Christina Peck, cambiando por completo las perspectivas de futuro para ambos personajes. Por el otro, la muerte del marido de Christina le da la oportunidad al profesor universitario Paul Rivers de realizarse el trasplante de corazón que necesitaba. A la fuerza, cuando ya es muy tarde para arrepentirse, los tres individuos se ven forzados a tomar conciencia de la estrecha e imperceptible conexión existente entre todos los habitantes de una misma ciudad.
La manera desordenada en que se presentan las historias, realza la moraleja del filme. Al manejarse un continuo salto del pasado al presente y del futuro al pasado, se hace más que evidente las terribles o geniales consecuencias de las elecciones personales. El espectador sabe, en más de una vez, qué rumbo tomarán los acontecimientos, por lo que no tiene posibilidades de llevar su empatía por otro camino que no sea el de la lástima. La esperanza es una alternativa descartada de plano. Un ejemplo claro es el final de Paul Rivers. Antes de culminar la cinta ya se advertía que terminaría hospitalizado, pues una escena previa lo mostraba en esa situación.
Igualmente, ese mismo caos en las escenas tiene otra consecuencia. Obliga a quien ve la cinta a participar activamente en la construcción del discurso, puesto que debe dedicarse a la tarea de organizar las peripecias de los actores. De cierta manera, eso lo involucra de forma más activa con la trama. En otras palabras, González Iñárritu deja la tarea de estructurar las secuencias, usualmente propia del director y los guionistas, en manos de los observadores.
Sin duda, no es una película para pasar el rato con los amigos o familiares. Su crudeza, una fiel aproximación a la realidad de muchos en la cotidianidad, deja poco espacio a la esperanza o al optimismo. La intención no es alegrar o relajar, sino poner de relieve el lado más turbio de los seres humanos, ese que sale a la luz en los momentos de adversidad. Allí es cuando verdaderamente se ven las virtudes y las debilidades.
Aún con este ambiente, todos los que forman parte de la historia tratan de superar las dificultades y reconstruir sus vidas. Ciertamente, vuelven a equivocarse en más de una ocasión, pero eso no les impide persistir en su ansiosa lucha por salir adelante y recuperarse de sus faltas previas. Es en ese sentido que Jack se da una oportunidad de intentar recuperar su relación con Mary, Christina intenta no dejarse llevar por la depresión originada por la pérdida de su esposo y sus dos hijas y Jack se reencuentra con su familia luego de su prolongado paso por la cárcel.
No cabe la menor duda que “21 Gramos”, con las lapidarias reflexiones de la voz de Paul al final, deja en evidencia que no es un filme limitado a lo meramente estético. Tiene un mensaje muy claro, el cual no puede ser soslayado: debemos pensar antes de actuar, sin dejarnos llevar por nuestros impulsos más desesperados. A fin de cuentas, no sabemos a quién podemos terminar haciendo daño.