(2021)
Cibercultura y Redes Sociales
La teoría de la sociedad red, desarrollada por Castells (2006), es un planteamiento merecedor del calificativo de ambicioso. Esto se debe a su alcance global y abarcador, comparable con el de un metarrelato. El autor no se limitó a caracterizar un tipo de estructura emergente, sino que se propuso diseñar una herramienta teórica destinada a facilitar la comprensión del mundo social moderno. Dejando de lado el valor que pueda otorgársele a cualquier análisis basado en esta propuesta, no cabe duda de que es posible abordar el estudio de temas tan disímiles como el mercado financiero, la lucha por el poder y el narcotráfico con ayuda de sus conceptos centrales. Aun cuando la realización de un trabajo de esta envergadura implica exponerse al fracaso, el esfuerzo de Castells (2006) acabó rindiendo frutos: salvo ciertas excepciones de menor importancia, sus ideas demuestran ser consistentes.
Su principal mérito radica en la minuciosidad de su exposición, resultado de la adopción de un enfoque amplio al momento de aproximarse a su objeto de estudio. No hay rastros de simplificaciones convenientes o representaciones parcializadas de la realidad social. Basta con examinar sus razonamientos acerca de los orígenes de la sociedad red, donde, en lugar de concentrarse exclusivamente en la revolución tecnológica, les presta idéntica atención a otros factores responsables de su surgimiento: la cultura de la libertad — derivada de los movimientos de los años sesenta y setenta— y la crisis del industrialismo. A pesar de la solidez de sus aseveraciones, Castells se muestra prudente, pues no comete el error de presentar el auge de esta nueva estructura social como un hecho inevitable. A su juicio, «nada predeterminaba la historia seguida por la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación» (2006: 40).
Reducida a sus componentes más elementales, la teoría corre el riesgo de despertar algunas reservas iniciales a raíz de la notoria influencia de las ciencias computacionales en su elaboración. Si Castells (2006) no se conducía cautelosamente, el empleo de un léxico especializado, procedente del discurso informático, para describir una estructura social muy relacionada con las tecnologías de la información y la comunicación podía haber dado pie a un modelo surgido de una analogía mal aplicada. Sin embargo, tan pronto como se empieza a ahondar en las especificidades de sus planteamientos, las interrogantes van siendo despejadas y la aplicabilidad de sus conceptos en situaciones concretas va haciéndose cada vez más evidente, tal y como sucede en el caso de la lógica binaria de inclusión-exclusión, que armoniza sin contratiempos con uno de los rasgos más representativos de las sociedades de hoy en día: la fragmentación.
Esto se concatena con el siguiente aporte de la propuesta de Castells (2006). Toda teoría concebida para dilucidar el modo en que opera la realidad social en el presente está forzada a lidiar con su naturaleza dinámica y mutable. Quien elabore una explicación que deje por fuera dicho factor construirá un modelo de sociedad poco funcional. Queda evidenciado que el académico es consciente de ello cuando enumera los rasgos distintivos de una sociedad red: la flexibilidad, la adaptabilidad y la capacidad de supervivencia. Gracias a estos conceptos, logra efectuar, entre otras cosas, un análisis sobre dos aspectos de la economía moderna. Por un lado, sus herramientas teóricas le permiten comprender las transformaciones sufridas por las compañías, las cuales se han visto en la obligación de establecer alianzas flexibles en función de cada proyecto. Por el otro, le permiten entender cómo está dividida la fuerza laboral en la actualidad y mostrar de qué manera los trabajadores capacitados para adaptarse e innovar están a salvo de la irrelevancia.
Hasta ahora no hay indicios de que la vigencia de esta teoría vaya a declinar en el corto, el mediano o el largo plazo. Independientemente de las esperanzas que Castells (2006) cifra en el predominio de esta estructura, su modelo no cierra las puertas a las valoraciones críticas. Muy por el contrario, ofrece a los investigadores abundantes recursos para el estudio de buena parte de los conflictos más emblemáticos del siglo XXI. Son dignas de mención sus reflexiones sobre el tema identitario. La clave de su éxito yace en el doble movimiento de comunalidad y singularidad que atribuye a la sociedad red, lo cual ayuda a dotar de sentido el enfrentamiento que viene librándose entre las redes dominantes y las identidades culturales específicas en diversas partes del orbe. De esta manera, Castells (2006) mantiene una mirada global sin presuponer por ello la eventual imposición de una cultura única.
Ahora bien, sin restarle importancia a los méritos atribuidos a la propuesta del investigador, es menester hacerle algunas observaciones menores. De entrada, debe reconocerse que los acontecimientos mundiales de los últimos años ratifican la lejanía, por no decir la imposibilidad, de que se consolide una cultura homogénea mundial. En palabras de Castells, «lo que puede observarse como tendencia más común es la diversidad histórica y cultural» (2006: 69). Dicho esto, conviene hacer una pequeña pero significativa acotación: en medio de esta lucha entre las redes dominantes y los grupos locales en resistencia, hay vencedores y vencidos. Quiérase o no, estos choques pueden traducirse en la derrota de la identidad minoritaria si ésta no es capaz de articularse en una red eficiente. Ciertamente, en modo alguno resultaría admisible ampararse en esa idea para vaticinar un futuro regido por una cultura unificada, pero no por eso ha de ignorarse el impacto de estos conflictos.
El segundo cuestionamiento se deriva de la hipótesis que Castells formula a propósito de la sociedad red: «Es una cultura de protocolos de comunicación entre todas las culturas del mundo, desarrollada sobre las bases de una creencia común en el poder de las redes y de la sinergia obtenida al dar y recibir de los demás» (2006: 70). Partiendo de esa definición, se aventura a afirmar que está en marcha un proceso mediante el cual actores sociales diversos unen fuerzas con el anhelo de construir un futuro de convivencia y diversidad. El punto débil de tales señalamientos procede de la propia teoría del investigador: puede que los miembros de una red reconozcan el valor de la colaboración y el trabajo en equipo para el logro de sus objetivos comunes, pero ese aprendizaje no los lleva inexorablemente a apostar por el entendimiento con otras redes o con quienes estén fuera de la propia estructura. El conflicto y la competencia no están reñidos con los fundamentos de la sociedad red.
Además de lo antes señalado, hace falta introducir una tercera crítica no menos pertinente. Si bien la descentralización del poder como consecuencia del triunfo de la sociedad red se impone con la fuerza de los hechos a las creencias relativas a la existencia de élites en las que se concentra el poder, llama la atención la omisión de toda referencia a las organizaciones verticales en la actualidad, como si hubieran desaparecido por completo. A pesar de que el funcionamiento de la sociedad moderna socavó el poder de estas estructuras, eso no quiere decir que hayan cesado de existir y hayan dejado de ejercer cierta influencia, al menos en países menos industrializados. Así como en el pasado las redes constituían una mera extensión de estas estructuras tradicionales, bien podría estar sucediendo lo mismo en ciertas comunidades humanas. El carácter aislado o esporádico de un fenómeno no es óbice para estudiarlo.
Más allá de las observaciones previas, la teoría de Castells (2006) permanece incólume, por cuanto ninguna consigue sembrar dudas respecto a sus conceptos centrales o los argumentos desarrollados a su favor. Se erige, en consecuencia, como un referente primordial en el campo humanístico, una circunstancia que el paso del tiempo no ha hecho más que ratificar. El rumbo de la historia es definido por la interacción de múltiples fuerzas y actores, cuyas repercusiones no se prevén con facilidad. Así pues, no hay manera de afirmar, a ciencia cierta, qué le depara el porvenir a la hegemonía de la sociedad red, si se consolidará durante las próximas décadas o si, por el contrario, cederá al paso a otra clase de estructura. Lo que sí puede aseverarse es que, mientras su estructura responda a las demandas de nuestro tiempo, los aportes de Castells (2006) seguirán siendo una lectura con la que todos los interesados en escudriñar en las dinámicas de la modernidad deben estar familiarizados.
FUENTES CONSULTADAS Castells, Manuel (2006). Informacionalismo, redes y sociedad red: una propuesta teórica. En Castells (Ed.), La sociedad red: una visión global (p. 27-75). Madrid: Alianza.