(2021)
Cibercultura y Redes sociales
Aun cuando ya ha transcurrido suficiente tiempo como para que la ubicuidad de internet haya dejado de sorprendernos, todavía estamos lejos de desentrañar la totalidad de las implicaciones de su masificación. Esto obedece a la complejidad de las dinámicas internas de la red, amén de las diversas maneras en que su existencia es modelada por la acción y omisión de Gobiernos, empresas tecnológicas y usuarios. En consonancia con la magnitud de lo antes planteado, los investigadores se han visto en la necesidad de aproximarse a este objeto de estudio partiendo de múltiples disciplinas y amparándose en distintas propuestas teóricas. Ahora bien, hay un factor que pone trabas adicionales a la tarea de comprender todo lo que se deriva de la actual hegemonía de internet: su evolución. A raíz de ello, gran parte de las lecturas que se hicieron en el pasado acerca de su funcionamiento y sus potencialidades han quedado obsoletas, allanando el camino a visiones teóricas más apropiadas. En las siguientes líneas revisaremos algunas de las ideas defendidas décadas atrás para, de esta manera, ilustrar las transformaciones sufridas por esta tecnología en los años subsiguientes.
Anteriormente solía trazarse una línea divisoria tajante entre lo real y lo virtual como si se tratara de mundos casi independientes, con escasos puntos de contacto entre sí. De acuerdo con esta interpretación, acceder a internet suponía aislarse de la realidad y desconectarse equivalía a retornar a ella. Como es de esperarse, la aceptación de tal idea por parte de los investigadores condicionaba su forma de aproximarse a internet. Esto se ve reflejado en los planteamientos de Bermúdez y Martínez (2001), donde se hacía un esfuerzo notorio por precisar qué distinguía lo virtual de lo real. Sin embargo, basta con efectuar un examen somero de nuestro presente para constatar que insistir en una separación a rajatabla de las dos dimensiones de nuestra experiencia cotidiana las vuelve incomprensibles. Hoy en día la tecnología ha pasado a integrarse de una manera tan estrecha a nuestra vida —gracias, en buena medida, a los dispositivos móviles— que incluso el término ciberespacio carece ya de razón de ser. «Internet ya ha dejado de ser una red técnica (aunque nunca fue sólo eso) y ha encontrado su dimensión sociotécnica de una manera que ya no es posible sostener que existe un espacio separado, virtual o aparte de lo “real”» (Gómez, 2006: 3).
La obra de Bermúdez y Martínez también saca relucir percepciones relativas al papel de lo corporal en la sociabilidad mediada por internet que tampoco guardan correspondencia plena con lo que acontece en el presente: «El cuerpo no precisa permanecer en el lugar donde antes lo necesitaba para la interacción, es amputado por el texto y/o el correo electrónico, por lo que la sincronización para el encuentro cara a cara se torna fútil» (2001: 14). Si bien es cierto que las interacciones en línea siguen siendo «descorporizadas» —como las denominan Vizcarra y Ovalle (2011)—, la entrada de las imágenes y los videos, de cierto modo, han proporcionado herramientas para que los usuarios, todavía sujetos a una existencia física, mantengan presentes las imágenes corporales a la hora de comunicarse con los demás e incluso las instrumenten en favor de su propio discurso visual. Esa frecuente alusión a los cuerpos también se manifiesta a través de ideogramas donde los caracteres y el rostro se encuentran, por lo que no extraña que «el uso de imágenes de sencillos rostros que expresan felicidad, tristeza, coraje, duda, frustración ha sido integrado al chat, a la mensajería y a los foros» (Vizcarra y Ovalle, 2011: 40).
Al dar por sentada la ausencia del cuerpo en el «ciberespacio», Bermúdez y Martínez (2001) hacen otra afirmación que resultaba entendible en la época durante la cual fue expresada, pero que no puede extrapolarse a nuestro presente. A su juicio, la amputación del cuerpo conducía a la desaparición de toda suerte de estigmas en relación con «los hombres, raza, género, edad; aspectos difíciles de ocultar en la vida cotidiana están ausentes en el espacio reticular, estamos ante un orden social incorpóreo, en donde […] las personas y los objetos no son tales, sino sus simulaciones» (2001: 14). Con el auge de un internet dominado por las empresas tecnológicas, las plataformas de redes sociales y los algoritmos predictivos, los rasgos identitarios han vuelto a pasar al frente. El anonimato sólo es una opción prioritaria para unos pocos, en especial para quienes, por motivos políticos, religiosos o criminales, no pueden correr el riesgo de someterse al control o a la persecución de los poderes establecidos. En los tiempos del capitalismo digital, el valor se deriva de la visibilidad (Sánchez y Martínez, 2019), motivo por el cual la mayoría prefiere exhibirse a ocultarse. Eso incluye, como cabe suponer, la revelación de lo que Bermúdez y Martínez denominan estigmas.
Ahora bien, los autores no sólo nos permiten constatar muchas de las ideas predominantes en el pasado a escala individual, sino que también nos ayudan a revelar parte de lo que se preveía que sucedería en nuestra manera de concebir a las naciones: «Podemos decir que la cultura nacional pierde en el ciberespacio el lazo orgánico con el territorio y con la lengua y, de hecho, se alteran las formas tradicionales de entender las identidades nacionales» (2001: 13-14). De entrada, puede admitirse la vigencia de tal razonamiento hoy en día. Sin embargo, más adelante, al referirse a las tecnologías de la información y la comunicación que en ese entonces eran novedosas, los autores llegan a hablar de la inexistencia de la idea de nación como ámbito espaciotemporal donde confluyen la patria, la tradición y la historia. Es aquí donde la realidad obliga a emitir un cuestionamiento. La ruptura de las barreras impuestas por el tiempo y el espacio en favor de la inmediatez y la copresencia en modo alguno se han traducido en la disolución de la idea de nación. Muy por el contrario, internet constituye otra trinchera en la que las patrias y sus coordenadas tradicionales pueden ser reivindicadas, a expensas incluso de otras identidades nacionales.
Dicho esto, es menester reconocer que no todas las consideraciones teóricas del pasado han sido desmentidas por la realidad. De hecho, ciertas ideas mantienen su vigencia, preservadas o reforzadas por la propia evolución de internet. Nada hay de sorprendente en esto: el conocimiento avanza gracias a la celebración de diálogos permanente en el seno de las comunidades investigativas, donde las ideas son interpeladas y sometidas a examen frecuentemente. En tal sentido, los planteamientos de Bermúdez y Martínez (2001), más allá de las críticas esgrimidas en líneas anteriores, lo ponen de relieve en más de una oportunidad. No cabe duda, por ejemplo, de que la desterritorialización y la inmaterialidad siguen siendo marcas inconfundibles de internet, de las que no se deslastrará a corto ni a mediano plazo. Asimismo, la cuestión de las identidades temporales resulta más relevante que nunca, aunque se desarrolle en unas condiciones opuestas a las que los autores esperaban. A esto se suma su reconocimiento de internet como medio a través del cual los movimientos sociales y culturales pueden hacerse sentir y defender sus causas. Todas estas ideas siguen formando parte de los debates vigentes relacionados con la red.
Como se señaló al inicio del texto, las características de internet no han permanecido invariables desde su nacimiento. Un conjunto de fuerzas de signo diverso las moldean y las deshacen constantemente. Fue de esta manera que las empresas tecnológicas levantaron los pilares del capitalismo digital. Fue de esta manera que los Gobiernos encontraron nuevas formas de vigilar y controlar a sus ciudadanos. Fue de esta manera que los usuarios, con sus actitudes y comportamientos, a veces en contra de los dos sectores anteriores, lograron dejar huella en la momentánea apariencia exhibida por internet en este momento. Ello representa, sin duda alguna, un enorme obstáculo para todo investigador que se haga preguntas acerca del funcionamiento de esta masiva red informática, independientemente de la disciplina a la que acuda para cumplir su labor. Aun así, se trata de un reto digno de ser afrontado no sólo para mejorar nuestra comprensión de las experiencias digitales del siglo XXI, sino para brindarles a las grandes mayorías el conocimiento que necesitan para tomar decisiones informadas, al margen de agendas elitistas, y definir, de este modo, cuál ha de ser el futuro de internet en los años venideros.
FUENTES CONSULTADAS
Bermúdez, E., & Martínez, G. (2001). Los estudios culturales en la era del ciberespacio. Convergencia Revista de Ciencias Sociales, (26).
Cruz, E. G. (2006). El ciberespacio ha muerto: autopsia desde la sociología. Razón y palabra, (52), 36. Recuperado de: http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n52/37Gomez.pdf
Sánchez, J. A., & Martínez, D. A. (2019). Capitalismo digital y viralidad. En Noriega y Martínez (Eds.), Viralidad: política y estética de las imágenes digitales (p. 17-29). CDMX: Gedisa.
Vizcarra, F., & Ovalle, L. P. (2011). Ciberculturas: El estado actual de la investigación y el análisis. Cuadernos de Información, núm.28, enero-junio, 2011, pp.33-44.