Mayo de 2021

La etnografía digital constituye un método propicio para el estudio de los trastornos de la información en plataformas digitales, incluido WhatsApp. Una de las mejores demostraciones de ello radica en que presupone el entrecruzamiento de las dimensiones onlife y offline en las prácticas sociales contemporáneas. Esta idea es condensada por Bárcenas y Preza (2019) en el término onlife, que toman prestado de Floridi (citado por Bárcenas y Preza, 2019). Ello se ve corroborado en las prácticas cotidianas desarrolladas por individuos y grupos en internet, quienes no sólo hacen uso de los ambientes digitales para consumir y difundir información, sino que, al ser prosumidores, actúan, a su vez, como generadores de contenido de ese cariz, cuya veracidad o falsedad trae repercusiones inmediatas en sus vidas cotidianas y las de aquellos con los que se relacionan.  

Los planteamientos de Gómez (2020) también permiten ilustrar la conveniencia de la etnografía digital para el estudio del tema aquí tratado. Es menester resaltar, sobre todo, su distinción entre lo digital como objeto, como método y como campo. Las tres categorías han de ser consideradas a la hora de proponerse investigar los desórdenes de la información y su presencia en las plataformas de internet. Para empezar, en su calidad de objeto, resulta posible formular preguntas de investigación centradas en el modo como la información sospechosa se manifiesta y propaga a través de la red. Como campo, las propias plataformas funcionan en sí mismas como espacios donde el académico tiene la oportunidad de obtener los datos que requiere en función de los objetivos de su trabajo. Por último, con respecto al método, lo digital nos proporciona numerosas herramientas para la recolección y el análisis de información inexacta, malintencionada y engañosa.

Ahora bien, si queremos establecer cuán aplicable es la etnografía digital al estudio de los trastornos informativos en plataformas digitales, estamos en la obligación de examinar los principios de Pink et. al. (2016). Destaca lo que nos revelan tres de ellos: la multiplicidad, el «no-digital-centrismo» y la heterodoxia. En primera instancia, la multiplicidad le da al investigador suficiente libertad como para amoldar su investigación al modo concreto en que los usuarios emplean las TIC para el consumo, la difusión y la generación de información, amén de darles la opción de tomar en cuenta sus intereses como participantes. Por otra parte, una etnografía a partir de la cual puede prestársele atención a lo que sucede en el ámbito offline abre las puertas al examen de las rutinas seguidas por los usuarios en materia informativa fuera de lo online; ello contribuiría a sacar a la luz a la luz elementos que, de otra manera, quedarían ocultos al investigador. Para finalizar, la heterodoxia nos remite a la adopción formas heterogéneas de difusión, que cobran pleno sentido en el caso de los mensajes sospechosos difundidos vía internet, cuya construcción depende tanto de textos escritos como de mensajes de voz, imágenes y videos. Considerar esta particularidad del método antes de presentar los resultados de cualquier estudio enfocado este tema sería vital.

 Como es de suponer, la adopción de la etnografía digital entraña lidiar con desafíos éticos insoslayables, por cuanto los intereses de quienes participan en las plataformas de internet se ven afectados por las elecciones metodológicas del científico social. El mayor reto se deriva de la técnica de investigación seleccionada, sobre todo cuando se opta por la observación. Debido a que las prácticas asociadas con la generación y propagación de mensajes de dudosa credibilidad pone en juego la reputación de los usuarios, le corresponde al etnógrafo hacer un diagnóstico preciso del ambiente digital donde recogerá la información. Así pues, al efectuar tal examen, no sólo basta con evaluar los requerimientos del tema y las preguntas de investigación, sino que también urge pensar en la naturaleza del campo y el modo como la perciben quienes allí hacen vida, todo ello con el fin de determinar si sus actividades forman parte de la esfera pública o de la privada. De esta manera, el investigador podrá determinar qué tipo de observación (participante o no participante) se ajusta sus necesidades y en qué medida está llamado a revelar su identidad y la razón de su presencia.

Gracias a las visiones complementarias sobre la etnografía digital defendidas por los autores consultados, queda en evidencia que la flexibilidad es el principal motivo por el que constituye un acierto emplear esta perspectiva metodológica para estudiar los desórdenes informativos. Lo demuestra el planteamiento de Bárcenas y Preza (2019) sobre el encuentro de las dimensiones online y offline en la vida cotidiana como uno de los presupuestos de los que parte. Lo demuestran las oportunidades que ofrece para manejar lo digital como objeto, como campo o como método, como señala Gómez (2020). Lo demuestran tres de los principios de Pink et. al. (2016). Y si este carácter adaptable de la etnografía digital viene acompañado de una valoración seria de los factores éticos, la atención dedicada a los trastornos informativos por parte del investigador acabará, sin duda alguna, rindiendo frutos.

FUENTES CONSULTADAS

 Bárcenas, Karina; y Preza, Nohemí (2019). Desafíos de la etnografía digital en el trabajo de campo onlife. Virtualis, 10, 134-151.

Gómez, Édgar. [Édgar Gómez]. (2020, 3 de septiembre). Etnografía Digital: Del Ciberespacio a la Cultura Algorítmica [Video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=us648G3XAfE&t=1285s Pink, Sarah; Horst, Heather; Postill, John; Hjorth, Larissa; Lewis, Tania; y Tacchi, Jo (2016). Etnografía digital. Principios y práctica. Madrid, España: Morata.

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