13 de noviembre de 2009
Visitas el restaurante bajo el agua para sorprenderte con las ventanas que dan al océano/acuario. Hay festejos en el techo/cielo. Apenas puedes comer. Te interrumpen para salir al pasillo. Como si te conociera de toda la vida, el astronauta/buzo te saluda con la mano, mientras vas entrando.
Visitas el cine de cuatro pantallas/televisores, cada una de las cuales te muestra la cuarta parte del filme del ogro verde. Llegas tarde a la proyección, aparentemente submarina/subterránea, donde sólo tres o cuatro individuos ocupan las butacas. La historia narra cómo el amor de la vida del protagonista se convierte en duende/enano. Tampoco te puedes quedar; debes seguir el trayecto.
Sales por el pasadizo de una casa que, aparentemente, conecta el cine submarino/subterráneo con la superficie. Quieres retener cada detalle de la cocina, en especial el reflejo multicolor generado por el humo de las ollas/sartenes hirvientes. Cruzas la puerta hasta la sala con el estante, dedicado al culto del semidiós tecnológico llamado TV/equipo de sonido. Tres cuartos/apartamentos después –incluida una equivocada que te hizo volver al anterior– encuentras la salida definitiva.
Sales al patio/entrada. Es un callejón limitado enfrente por un muro de ladrillos. A la izquierda pasan los carros/camionetas. Ya saliste. ¿Volverás? Eso no lo sabrás hasta que suceda.