3 de agosto de 2008
Fieles amantes de las malas costumbres, los hermanitos más conflictivos de la familia Latinoamérica tuvieron otra jornada de enfrentamientos rutinarios. Esta vez, todo comenzó con una búsqueda de Alvarito, el mayor. Por más que rastreaba entre sus juguetes, no conseguía a sus muñequitos favoritos: Los FARC. Le preguntó a todos los que se encontró en su camino sobre el posible paradero de sus figuritas de plástico, pero éstos no tenían la más mínima idea. De pronto, mientras regresaba de la sala, escuchó a su semejante menor soltando unas risotadas sospechosas.
─¡No me lo creo, vea. Rafaelito se los robó sin permiso!
En una incursión fiera y que quebrantó las normas familiares de no violación a la soberanía de las habitaciones, Alvarito aprovechó la ausencia de Rafaelito, entró intempestivamente en su cuarto y, sin contemplaciones, se llevó sus soldaditos de acción. Orgulloso de su operación sigilosa, echó una carrera por el pasillo hasta su propio territorio.
Para su infortunio, a mitad del camino, chocó con Huguito, el del medio, quien hablaba consigo mismo sobre sus últimos rollos antiimperialistas con el maestro de matemáticas y cargaba en sus manos la última chuleta de castellano. En el encontronazo, salieron volando los muñecos de uno y las chuletas del otro.
─Pero, ¿para dónde vas, Alvarito? ¡Le quitaste los FARC a Rafaelito!
─¡Usted no diga nada, ya le descubrí el material de apoyo!
─¡Ajá, cuidado! Mira que puedo contigo, así tengas pinta de más viejo.
─¡Mire, Huguito! Déjese de pavadas y asuma que no tiene moral para criticarme. ¡Véngase, pues!
Sin mediar palabra, iniciaron la diplomática técnica del trancazo, aplicando sus variantes del puñetazo, el rodillazo, el mordisco y la patada voladora. Se gritaron de todo, se halaron de los cabellos y hasta se intentaron estrangular, pero la balanza no parecía inclinarse a favor de ninguno de los dos contendientes.
Perplejo, Rafaelito entró en la escena con ojos sorprendidos, casi sin saber qué hacer. Para evitarse líos, se sentó frente a ellos y se dedicó a explicarles cómo debían atacarse entre ellos. Le divertía que pelearan por él, después de todo, así ganaba notoriedad en el panorama político familiar.
─¡Tricolores! –gritaron al unísono Mamá OEA y Papá Insulza, mostrando sus caras más estrictas.
─Mamá, pero mírame al cachorrito imperialista éste… no quiere prestarle sus muñecos marca FARC a Rafaelito.
─¡Sea justa, mamá! Huguito se la pasa metiéndose en mis asuntos internos.
Para cumplir con el protocolo, se reunió en pleno a todos los miembros de la familia Latinoamérica, nada menos que una treintena de parientes en todos los tamaños y colores. Usando como sede del encuentro la sala de la casa, sentaron frente a frente a los inmaduros rivales. Papá Insulza, con su habitual actitud insulsa, no hizo ningún comentario, dejando todo en manos de Mamá OEA.
─¡Sean hombrecitos, por favor! Tienen que aprenderse de memoria las leyes de la casa: cero violencia.
─Sí, mami – dijeron a coro los dos.
─¡Alvarito, por Dios, deja de meterte sin permiso en los espacios ajenos, así sea para buscar cosas tuyas!
─Lo que usted diga, madre –contestó el aludido, poniéndose colorado.
─¡Huguito, hazme el favor de no ser tan buscapleitos y deja quietos los problemas de los demás!
─Está bien, mamá… –cedió el de la camisa roja.
─Y recuerden: los problemas se resuelven entre todos nosotros, nada de tratar de imponerse por la fuerza. ¿Estamos de acuerdo?
Levantada la sesión, los enemigos se vieron obligados a darse un abrazo mutuo para demostrar que ya no se guardaban rencor. A Rafaelito también le tocó su reprimenda, pues su actitud no había hecho más que aupar la situación, por lo que se vio forzado a dar unas sinceras disculpas.
La calma volvió a reinar en la casa. Mamá OEA y Papá Insulza se sentaron a descansar en la mesa, satisfechos por la manera en que habían puesto a raya el comportamiento de sus hijos. No obstante, tras treinta segundos de quietud, la tranquilidad volvió a quedar en el pasado:
─¡Mami! ¡Alvarito me dijo terrorista!
─¡Él empezó! ¡Me dijo fascista!
Una vez más, se caldeaba el ambiente familiar. Sin duda, ese día tampoco habría paz en la familia Latinoamérica.