El botellazo

2009

Cuando el sol dio su primera señal de despedirse, Reinaldo cayó en cuenta del paso de las horas. No era para menos, ya la espalda le ardía y la sed le llamaba. Seis horas llevaba intentando pescar con su red, pero era infructuoso su intento. Los peces estaban decididos a ignorarlo.


—La pesca siempre requiere de un poco de suerte —decía para sí, recordando las palabras de un viejo amigo.


De inmediato, pensó en lo que había sugerido su mujer. Sin más, subió al bote y, colocándose de rodillas, inició sus plegarias al Altísimo.


—Dios mío, sé que no soy un creyente muy ejemplar, mas agradecería mucho que me ayudaras a atrapar algo. Así no sería la vergüenza de mi familia…


Apenas terminó sus palabras, se dispuso a continuar en su labor unos minutos más. Tal vez sería escuchado por “El Patrono de Arriba”, solo necesitaba un poco de fe. De repente, hubo un peso inusitado en las redes. En efecto, acababa de atrapar algo.
Emocionado, pensando de inmediato en la manera de agradecerle a Dios, sacó la malla del agua y la depositó en el asiento de su bote. Decepción. Un brillo metálico le hizo entender que se había equivocado: una botella verdosa era lo único que le había traído la marea.
—¡Eso no era lo que quería! —dijo, furibundo.
Deseoso de manifestar su enojo al Supremo, arrojó el recipiente por encima de un rompeolas muy cercano. Para su sorpresa, no escuchó el vidrio roto, sino un gesto de dolor bastante sentido. Asustado, nadó a toda prisa hasta la orilla y rodeó el rompeolas.
Tendido boca arriba en la arena, estaba un bañista malherido. A su alrededor podían verse los fragmentos de la botella. Sangraba por la cabeza en una forma inquietante. Sin dudarlo, corrió al pueblo a pedir ayuda. Tras cinco minutos, varias personas se agolparon en torno al hombre con el fin de llevarlo hasta una población vecina, la única que contaba con un centro de asistencia médica.
Pronto fueron aplicados los primeros auxilios por parte de los doctores. Terminada la cura de la víctima, le colocaron una venda alrededor del cráneo. Muy apenado, Reinaldo pidió a los curiosos del pueblo que lo dejaran solo con el turista, sintiéndose en la necesidad de ofrecer sus disculpas.
—¡Lo siento muchísimo, es mi culpa, sólo a mí se me ocurre culpar a Dios de mis problemas. Había mala pesca y… ahora usted tiene que pasar por este suplicio…!


Por un momento, pensó que su interlocutor se abalanzaría sobre él para vengarse, sin embargo ocurrió algo muy diferente. Éste le estrechó la mano, al tiempo que le dedicaba una sonrisa sincera.

—¡Gracias, muchísimas gracias! ¡No se imagina usted el favor que me acaba de hacer!
Notablemente confundido, Reinaldo le preguntó el motivo de aquella reacción tan alegre, después de una situación tan dolorosa.


—Mire, amigo, no se sienta extrañado, le voy a explicar. Lo que sucede es que mi ex novia me dijo que solo volvería conmigo en tres situaciones casi imposibles: si las ranas echaban pelos, si los olmos daban peras o si me caía una botella en la cabeza!


Impresionado por el extraño suceso y una vez fuera de la habitación, a Reinaldo sólo se le ocurrió decir una cosa:

—¡Ay, Dios… a veces uno no entiende tus decisiones!

Descubre más
de josé court

error:
Scroll al inicio