22 de agosto de 2009
Al caer en el sueño, cambiamos de búsqueda, de misión, de objetivo. Nuestras aspiraciones son aún menos decisivas del otro lado del charco. Una rueda con bolitas numeradas va colocando rompecabezas en las mesas cuando solamente queremos aspirinas. Operamos incapaces de rebelarnos contra los dictámenes de Morfeo o de nuestro cerebro; peor el último que el primero. Salvo raras excepciones, bajamos la cerviz sin posibilidades de reacción. A veces somos recompensados con viajes a Europa, trofeos inesperados, encuentros agradables. A veces somos empujados a coliseos de bestias incomprensibles, patios con cielos nazis, muñecos de madera sin rostros. Y, la mayoría de las veces, somos víctimas de jueguitos inconexos con retales de tela cosidos débilmente, tomados de la TV, la vida real o los chistecitos más exitosos de la semana. La búsqueda no ceja, el relax es saboteado por nuestra propia conciencia. ¿Un reordenamiento de las causas? ¿Un mero entrenamiento? ¿Una desesperada necesidad mental de ser hombre-en-acción? Temores de ser humano considerado libre. Al caer en el sueño, no apagamos la empresa; relegamos el control a otro operario.