(2021)
Cibercultura y Redes sociales
Las experiencias brindadas por el ecosistema de convergencia de pantallas han dado lugar a tantos procesos inéditos que cubrirlos todos de una sola vez resultaría una tarea sumamente laboriosa. De hecho, una parte de los textos científicos sobre la cultura digital exhiben una estructura fragmentada, donde los elementos abordados se concatenan y solapan de diversas maneras. No se trata de una falla de los autores, sino que es una consecuencia inevitable de la complejidad y la relativa naturaleza novedosa del tema. Debido a esa circunstancia, los investigadores están llamados a adoptar una actitud prudente cuando se aproximan a este objeto de estudio, al margen de visiones sesgadas con respecto a sus dinámicas y a quienes participan en ellas. Esa condición aplica tanto para sus promotores como para sus críticos. Quienes permiten que sus preferencias tomen las riendas de sus análisis acaban sacando conclusiones que, en la mejor de las circunstancias, sólo muestran una parte de la realidad. Con esa idea en mente, se procederá a reflexionar acerca de algunos de los fenómenos de esta cultura, procurando reflexionar sobre sus beneficios y los problemas que generan, así como formular interrogantes de cara a futuros estudios.
Como explica Rincón (2015), hoy en día lo oral-visual-conectivo se impone a lo escrito. En ese sentido, deben destacarse las facilidades que ofrece tal lógica al poner a disposición del prosumidor más de una vía para compartir ideas y sentimientos. Mientras el éxito de la modalidad tradicional depende por completo de las habilidades de lectoescritura de los interlocutores, la integración de dos formas de comunicación ayuda a compensar las debilidades sufridas en un área con las fortalezas con las que se cuenta en otra. Todo esto facilita el entendimiento, la cooperación y la creación colectiva a niveles impensados en el pasado. Queda en pie, sin embargo, una cuestión: ¿qué implica el auge de lo oral-visual conectivo? ¿Cómo influirá en nuestras maneras de pensar y razonar? Estas interrogantes se derivan de la profundidad intelectual traída por el alfabeto a nuestras vidas, profundidad que no estaba al alcance de la especie humana antes de su surgimiento. No es casual que la escritura siga siendo la forma de interacción preferida a la hora de abordar ideas de alta complejidad, al menos de momento. De ahí la importancia de pensar en las consecuencias de este cambio a corto, mediano y largo plazo.
Aunque muchos le resten importancia, lo cierto es que el entretenimiento constituye un bien esencial para el ser humano. A fin de cuentas, gracias a las vivencias proporcionadas por el ocio y multiplicadas por las TIC, la vida resulta más valiosa. De preocuparse por el alimento y la seguridad —en esencia, por sobrevivir—, la especie humana, al menos la parte de ella que puede permitírselo, ha pasado a dar prioridad al divertimento y a buscar nuevas maneras de satisfacer esa necesidad. Sin embargo, nos guste o no, las ventajas ofrecidas por los avances tecnológicos se convierten en desventajas si no se les trazan límites. Es así como el aumento de las oportunidades para entretenernos ha hecho que muchos dediquen buena parte de sus horas en línea al ocio, sacrificando en el proceso tiempo que podrían haber reservados al consumo de información, la generación de conocimiento y, en el caso de los jóvenes, la educación, todas ellas actividades que los propios dispositivos digitales y las plataformas de redes sociales pueden potenciar. He ahí uno de los peligros con los que deberemos lidiar en los próximos años: ¿cómo equilibrar nuestros deseos de entretenernos con los demás aspectos de nuestra existencia en la era de los mutantes digitales?
Al igual que en el caso del entretenimiento, la cultura popular contemporánea se ha visto enriquecida gracias a las nuevas tecnologías. La creación ya no es una práctica aislada, reservada para unos pocos individuos o sectores minoritarios de la sociedad. Ahora es una práctica colectiva, donde múltiples actores intervienen en la construcción de relatos en términos de igualdad y donde la autoría importa menos que lo creado. Se trata de una actividad que tiene lugar a diario y se desarrolla incesantemente, motorizada por el entusiasmo de multitudes. «La cultura digital no quiere tener espectadores ni críticos sino seguidores apasionados que gozan con el relato y participan en su creación» (Rincón, 2015: 188). Ahora bien, por muy especial que resulte esta fiesta transmedial desde el punto de vista de la cultura, la acción colectiva a veces puede causar estragos, afectando la salud emocional o la privacidad de individuos inocentes, ajenos a la actividad, o la imagen de determinados grupos sociales. Cabe preguntarse, por lo tanto, en qué medida es factible establecer responsabilidades en esas situaciones y de qué manera puede garantizarse la protección de la dignidad de las personas en la era de la cultura digital.
Las nuevas tecnologías también han abierto espacios para el activismo y la participación, esto es, para la defensa de causas de diversa índole, ya sean políticas o sociales. Aunque no de forma exclusiva, de esto se han beneficiado los movimientos contrahegemónicos, cuyas agendas a menudo están fuera de la cobertura de los medios de comunicación de masas y requieren, por tanto, de alternativas para ganar visibilidad, tanto en el territorio físico como el virtual. A pesar de los esfuerzos por ejercer control sobre la ecología mediática del siglo XXI por parte de ciertos Gobiernos y corporaciones, de momento la cultura de libertad perdura. Vocerías colectivas siguen desafiando a las autoridades políticas, culturales o mediáticas tradicionales. En palabras de Amado y Rincón, «los emisores que tomaban la palabra ayer perdieron el dominio del campo» (2015: 8) Naturalmente, esas mismas ventajas generan condiciones propicias para la defensa de causas antidemocráticas. Al menos dos preguntas han de formularse al respecto: ¿de qué manera se previenen tales excesos sin propiciar la censura ni asfixiar el espacio requerido por las agendas contraculturales?, ¿acaso la respuesta está más allá del campo comunicativo?
Aunque sus críticos podrían pensarlo, la cultura digital no está reñida con las emociones ni mucho menos. A través de las pantallas, es posible establecer y afianzar conexiones afectivas con otras personas en función de opiniones e intereses compartidos, tal y como sucede en el mundo real, sin que ello implique que la calidad de los sentimientos mediados por la tecnología sea inferior. De esto han tomado consciencia los especialistas del marketing digital, que apuestan por lo emocional para acercar al consumidor a marcas y empresas con estrategias cuidadosamente diseñadas. Surge aquí el lado peligroso de la afectividad. Así como es instrumentada con fines legítimos, se hace lo propio en favor de acciones éticamente problemáticas. Ello demanda de los usuarios la capacidad para advertir cuándo están siendo tratados con respeto y cuándo sus emociones están siendo manipuladas para favorecer a otros, incluyendo las empresas tecnológicas encargadas de administrar las plataformas de redes sociales. En ese sentido, es oportuno interrogarse acerca de los mecanismos para educar a la ciudadanía y ayudarla a combatir dichos males, sobre todo cuando se toma en cuenta que las experiencias digitales están en continua evolución.
Como se comentó al inicio, son muchos los procesos que actualmente están desarrollando a consecuencia de la aparición de las TIC y, por ende, no está dentro de las posibilidades de este escrito tratarlos todos en profundidad. Sin embargo, ello no es óbice para compartir algunas conclusiones generales a partir de lo discutido. De entrada, debe resaltarse que los beneficios traídos por las nuevas tecnologías en distintos órdenes de la vida y la sociedad son indiscutibles, por lo que puede afirmarse que la cultura digital constituye, en líneas generales, un gran logro de la humanidad. Así pues, en modo alguno se pretende con las observaciones y las preguntas formuladas sembrar dudas acerca de la significación de dichos avances o abogar por un retorno a estilos de vida obsoletos. En realidad, se busca algo muy diferente: invitar a los investigadores y las autoridades culturales a procurar evaluar en todo momento las dos caras de la revolución tecnológica, reconociendo, por un lado, sus aspectos positivos y, por el otro, sus aspectos negativos (presentes o potenciales). Sólo así podremos asegurarnos de que la era de los mutantes digitales traerá más soluciones que problemas a nuestro convulsionado mundo.
FUENTES CONSULTADAS
Amado, Adriana y Rincón Omar (2015). Introducción. La reinvención de los discursos o cómo entender a los bárbaros del siglo XXI. En Amado y Rincón (Eds.), La comunicación en mutación (p. 5-11). Bogotá: Friedrich Ebert Stiftung.
Rincón, Omar (2015). Remix I. La cultura digital: el nuevo mundo. En Amado y Rincón (Eds.), La comunicación en mutación (p. 187-191). Bogotá: Friedrich Ebert Stiftung.