La ofensiva de los Manos Blancas

26 de agosto de 2008

 

De un brinco, el convoy bajó del transporte con premura. La trinchera los esperaba segura, aún desolada para esos momentos previos. Con comedido orden y concierto, cerraron filas en torno a las rejas del Palacio Legislativo. En cuanto estuvieron dispuestos, el capitán de la operación soltó un respiro. No tanto de alivio, sino, más bien, de Feng Shui, un intento infructuoso por calmarse. Se veía venir una jornada ardua.

Detrás de ellos, alistaban sus equipos los efectivos de la PM. Los vio atiborrarse de bombas y cuanto perol de defensa fuese necesario para salvamento de la fortaleza. A ellos dirigió su mirada. “Como cosa rara, los ponen en segunda línea. A nosotros… que nos den los Manos Blancas”, se dijo, pensando en Rodríguez Chacín como el padre sobreprotector de los hermanitos menores de azul.

Mientras se secaba la frente con un pañuelo recién lavado, su vista rozó los numeritos digitales del reloj. 12:10 pm, indicaban. De un momento a otro llamaría su espía en los fortines enemigos. Con infortunio, el calor seguía pinchándole los poros de la piel y la ansiedad se iba apoderando de su pecho. La voz adulterada de su colaborador salió por el transmisor y el pobre efectivo dio otro respingo. Ya salieron los invasores de sus cuarteles UCV, USB y USR. Tocaba recargar el FAL.

Echó una mirada a la fortaleza que debía defender. La bandera de las siete más una le recordó su misión ineludible. En su interior residían, atemorizados debajo de sus curules, los objetivos de la agresión apátrida. “Seguro que infiltraron gente ahí, Dios mío, no me digas eso, vale”.

Otra vez sonó un aparato, pero no fue el transmisor. Era el celular. “Mi amor, ¿te enteraste de la última? Mataron a otro indigente, como que se está haciendo costumbre”. Trancó. Lo que faltaba, ahora los adversarios se metieron en su casa. Si tan sólo su mujer tuviese el mínimo de patriotismo, las cosas serían distintas. “Una muerte es mala, pero el puesto de los diputados es sagrado”.

Pasó una amarga hora y pico. Aguzó la vista y volvió a asustarse. En desordenado tropel salvaje, avanzaban hacia ellos los siniestros niñitos de mamá y papá, decididos a derrotarlos. “¡Mi madre, el Imperio Romano se nos cae con estos bárbaros del norte!”. Llegó la masa alocada, echando rayos mortíferos con los ojos, lanzando balazos de pintura blanca por doquier, apuñalando con banderas la poca firmeza de los militares.

Y no había coraje para dispararles. Por suerte, no atacaron ni hicieron daño. “Directrices oposicionistas. Seguro que es una estrategia velada de Mr. Danger. Un atacar sin atacar”. Pidió órdenes superiores de la Asamblea Nacional. “Déjalos, déjalos, mi pana. Quieren darle un pedazo de papel al vicepresidente”, le ordenaron. Un tanto desorientado, el capitán se rascó la cabeza. ¿Cómo iban a dejarle a estos lacayos fascistas de Bush y Berlusconi mandar un documento, una posible bomba-exigencia capaz de echar abajo los cimientos del Poder Legislativo?

“Bueno, bueno, los dejo pasar. Si así lo quiere el vice y la presi…”. Abriéndose paso entre las siempre fieles fuerzas del orden, los jefes “Manos Blancas” fueron pasando. El Sánchez, el Guevara y la Álvarez cruzaron las fronteras verde y azul. Directo a ellos se aproximaban el traidor de García y el osado, casi suicida, Saúl Ortega. “Pasarán, pero no se irán con un recuerdito grato”. Entre empujón y empujón, sintió algo de satisfacción al ver a los tres generales estudiantiles y al infiel García agitándose con los maltratos. Trataban de atacarlos con hirientes cuchilladas de palabras.

El documento pasó a las manos de Saúl. Un escalofrío le recorrió el espinazo al capitán, “sendo loco, mira que para recibir algo del enemigo… lo mismo hicieron los troyanos”. Los Manos Blancas retrocedieron y dieron media vuelta. Por esta vez, no habían logrado pasar y no pasarían mientras él estuviese ahí.

Sonriente, indicó a sus soldados que desarmaran la trinchera. Dentro de poco, recibiría loas y choques de copas por parte de sus superiores, en pomposo agradecimiento por su valiente defensa de la democracia participativa parlamentaria.

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de josé court

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