La otra lucha por el poder

7 de enero de 2020

A lo largo de las últimas dos décadas, se ha repetido hasta la saciedad que el fin del autoritarismo chavista pasa forzosamente por la unidad de la oposición. No obstante, basta con echar un vistazo al estado en que se encuentra la disidencia venezolana para dejar al desnudo una realidad muy contraria a la de ese principio tantas veces reiterado por dirigentes, analistas políticos o ciudadanos de a pie: en vez de una fuerza unitaria pero diversa, orientada a sumar esfuerzos para salvar la república y la democracia, conseguimos facciones enfrentadas, las cuales, más allá de las sesiones de la Asamblea Nacional, no han logrado construir un espacio donde al menos puedan mantener canales de comunicación despejados y reconocerse como iguales.

Abundan los razonamientos que pretenden dar algún sentido a estas diferencias de apariencia irreconciliable, muchos de ellos amparados en conjeturas superficiales o, aún peor, modelados por intereses partidistas. Urgen, por lo tanto, iniciativas encaminadas a ofrecer respuestas apropiadas, merced a las cuales trascendamos la visceralidad típica de las contiendas políticas y nos aproximemos a las soluciones requeridas por la ciudadanía. En ese sentido, el discurso de los principales representantes opositores nos proporciona algunas claves esclarecedoras. Debido a la brevedad del escrito, nos enfocaremos exclusivamente en las opiniones de Juan Guaidó, María Corina Machado y Henri Falcón, tres figuras públicas bien conocidas.

De seguro el lector habrá podido percatarse de que cada político representa a un sector distinto de la disidencia. Guaidó es un diputado de Voluntad Popular (VP), organización perteneciente al Frente Amplio Venezuela Unida (FA). Como cuatro de los principales partidos de la Asamblea Nacional —incluido VP— están allí reunidos, suele darse por sentado que el FA lidera a la oposición. Machado, en su calidad de coordinadora nacional de Vente, forma parte de Soy Venezuela, una alianza favorable a la adopción de una línea dura frente a Nicolás Maduro. Por último, Falcón, secretario general de Avanzada Progresista, es uno de los partidos minoritarios impulsores de una postura mucho más abierta al diálogo con el chavismo que las agrupaciones precedentes.

Sin duda alguna, los desencuentros estratégicos e ideológicos responsables de las brechas existentes entre unos y otros obstaculizan la consecución de acuerdos perdurables, pero en modo alguno lo imposibilitan, mucho menos en un contexto como el actual. La diversidad no ha de conducir a una división inexorable. ¿Qué impedimentos separan entonces a una oposición tan necesitada de unidad? Aquí entran en juego las declaraciones de la clase política, en particular las proferidas en el transcurso de 2019, cuando la juramentación de Guaidó como presidente interino despertó enormes expectativas entre la población adversa a la gestión madurista y concretó momentáneamente la unificación del grueso de las fuerzas democráticas venezolanas. 

Lo primero que desvelan las palabras de Guaidó, Machado y Falcón se vincula con su forma de referirse a los representantes de otros sectores disidentes. Un extranjero desconocedor de la política criolla sólo hubiera esperado toparse con interacciones de naturaleza cooperativa y amistosa. Sin embargo, esta suposición no se compadece con la realidad. Pese a los frecuentes llamados unitarios, los líderes políticos mencionados a veces actúan como si el éxito de los demás opositores entrañara el fracaso de los suyos y viceversa, esto es, asumen su relación con los otros grupos como un juego de suma cero. En las naciones democráticas una actitud análoga causaría poca extrañeza, pero resulta llamativa en Venezuela, donde el oficialismo ha dejado evidenciadas sus tendencias totalitarias.

Ello explicaría por qué se invierten energías en atacar a otros sectores opositores. No serían exabruptos, sino acciones emprendidas con el fin de manchar su imagen. Ahora bien, así como ocurre durante las campañas electorales, cuando lo prioritario es conquistar el respaldo de los votantes, los mensajes, en el fondo, irían destinados a la ciudadanía en contra de Maduro. A fin de cuentas, el derecho de un grupo a ostentar el liderazgo de la oposición y a disponer de poder de convocatoria está supeditado tanto a la popularidad como a la capacidad de mantener a raya la aceptación del resto. De ahí que, para quienes desearan posicionarse como la fuerza opositora por excelencia, resultara perentorio sembrar dudas acerca de las intenciones de sus competidores.

El complemento de esta maniobra sería la autoalabanza, también presente en el discurso de los dirigentes mencionados. Mientras a la opción atacada se la vincula con la corrupción, la mentira y la traición, a la opción resaltada se la equipara con la honradez, la verdad y la integridad. De poco serviría persuadir a los ciudadanos de la inconveniencia de ciertos líderes si no fuera acompañada del ensalzamiento de la opción propia, por cuanto la mera crítica brindaría a terceros la oportunidad de capitalizar el descrédito potencialmente sufrido por los políticos que fueron objeto de la agresión. Tales contrastes —explícitos o implícitos— operarían como argumentos a favor de la idoneidad de un grupo para trazar las directrices de la oposición.

Un tuit publicado por Falcón, cuyo aparente destinatario es Donald Trump, presidente de Estados Unidos, permite ilustrar esa propensión a establecer comparaciones: «Atrévase a escuchar la verdad de un sector que no comulga con la violencia y los atajos; que no promueve ilusiones y fantasías que a la postre se convierten en grandes frustraciones, mientras se agudiza la crisis». En este escrito no sólo queda patente la aspiración del exgobernador de Lara de mostrarse como el vocero de un segmento de la oposición partidario de la paz y la honestidad, sino su intención de achacar a otros grupos las características opuestas. Nótese el énfasis en el bienestar del pueblo, que delata a quién va dirigido en realidad el enunciado.

 Aun si no hubiera un enaltecimiento deliberado de ciertas facciones ni ataques a la imagen de otras, la probabilidad de llegar a acuerdos seguiría siendo muy baja, ya que Guaidó, Machado y Falcón, líderes de sus respectivos sectores, han llegado a manifestar poca disposición a generar condiciones favorables al diálogo entre opositores. Únicamente cuando la totalidad de los involucrados en un desacuerdo comparten el deseo de cooperar entre sí resulta posible la conquista de avances significativos. De lo contrario, surge el peligro de reducir las ocasiones propicias para solucionar diferencias de opinión en reuniones fútiles, signadas más por la ratificación de puntos de vista y argumentos que por las señales de entendimiento entre los participantes.

Por tal motivo, antes de dar inicio a una discusión, las partes deben comprometerse a cumplir algunas normas, entre ellos el abandono de las posiciones defendidas cuando el oponente logra refutarlas. Pero los dirigentes de Voluntad Popular, Vente Venezuela y Avanzada Progresista tienden a referirse a sus ideas como si fueran innegociables, negándose así a poner a prueba su solidez, además de descartar de antemano todo escenario hipotético en el que se vieran obligados a reconsiderarlas. Si bien hay asuntos que se dejan al margen de cualquier disputa entre disidentes —verbigracia, la urgencia del cambio político—, no puede hacerse lo mismo con las cuestiones estratégicas u organizativas porque es allí donde el consenso hace mayor falta.

La renuencia a ceder puntos de vista sale a relucir a través de declaraciones intransigentes, como las expresadas por Machado durante una gira por el estado Guárico: «Aquí solo hay dos opciones: están con la verdad o con la mentira, con la oscuridad o con la luz. No hay puntos medios, nuestra posición es clara y firme: ni cómplices ni corruptos». Al hacer hincapié en la calidad ética de sus propias opiniones, dando por sentada su superioridad absoluta frente a cualquier alternativa, la exdiputada presenta una lectura maniquea de la realidad venezolana, de acuerdo con la cual la argumentación constituye un ejercicio superfluo. Desde esta perspectiva, la única causa de la división opositora es el comportamiento amoral de ciertos grupos.  

Este empeño en aferrarse a sus opiniones se combina con su inclinación por cuidarse de todo indicio de falibilidad, so pena de quedar mal parados ante la opinión pública. En el caso de los dirigentes de marras, se pudieron identificar, cuando menos, dos formas de protegerse del impacto de los errores: la primera consiste en excluirlas de su discurso; la segunda, en minimizarlas. Huelga recordar lo dicho acerca de la prioridad dada por los líderes a la manera como son percibidos, pues esto entronca con sus esfuerzos por proyectar una imagen positiva constantemente. En cualquier caso, con independencia de los motivos, lo cierto es que este recelo a abordar con total franqueza los aspectos negativos de su labor pone trabas al consenso al anteponer los intereses de un sector a los del conjunto de la disidencia.

Debido a su juramentación como presidente interino de Venezuela, la cual lo posicionó a la cabeza de la pugna contra el chavismo, a Guaidó le ha correspondido pagar el costo político de los fracasos opositores, induciéndolo a afrontar el tema de los desatinos más de una vez, tal y como sucedió en una de las sesiones de la AN: «Reconocemos los errores cometidos, pero estamos aquí para corregirlos y avanzar con nuestra gente». Llama la atención la brevedad y escasa precisión de su autocrítica: no aclara a qué equivocaciones está aludiendo ni de qué modo serán enmendadas. Hay, adicionalmente, una matización, introducida con la finalidad de minimizar el impacto de lo dicho tanto como sea factible.

 Son todos estos elementos discursivos hallados los que nos llevan a advertir el riesgo de que en la oposición pudiera estarse librando una lucha por el liderazgo y, a su vez, nos ayudan a comprender mejor algunos de los obstáculos que separa a las facciones opositoras del consenso, precondición necesaria para empezar a trabajar por superarlos o, al menos, ejercer presión para que se dé inicio a esta labor. Tales resultados pueden parecer magros de buenas a primeras, pero abren interrogantes que a ningún interesado en el esfuerzo conjunto de la oposición han de dejar indiferente. Aun así, ésta es una pequeña muestra de lo que puede revelar el discurso de la oposición si se estudia con atención. Sin duda alguna, es mucho lo que está a nuestro alcance cuando no nos dejamos llevar por pasiones partidistas.

Asimismo, debe puntualizarse que las ideas anteriormente expuestas no suponen descartar otros factores que pudieran estar obstaculizando la llegada a acuerdos entre las principales facciones opositoras, incluyendo la posible existencia de algunos que, por algún motivo, no sean conocidos por la opinión pública. Por ejemplo, si bien las denuncias de corrupción han sido utilizadas como recurso para que los grupos opositores se ataquen entre sí, el escándalo en relación con varios diputados de la Asamblea Nacional cuenta con el respaldo de una investigación periodística, hecha por Armando Informa, por lo que no puede ser desdeñado, sino incorporado al panorama de elementos que también han de ser considerados en aras de una comprensión más completa de la realidad opositora.

Cada vez que se critica a un político del antichavismo o se hace una evaluación de las acciones de un grupo, es común que alguien, sea una figura o no, intente enfrentarlo destacando que el enemigo común se encuentra fuera de la oposición. Dada la severidad de la situación en Venezuela, se trata, ciertamente, de una idea a tener presente. Sin embargo, por encima de las declaraciones más o menos razonables que se puedan llegar a hacer sobre el particular, la diversidad y la pluralidad son activos de sumo valor no sólo por constituir valores distintivos del país que necesitamos, sino porque del caldo de cultivo de la diversidad de opiniones pueden emerger las respuestas a los problemas sufridos por la oposición y el pueblo venezolano.

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de josé court

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