2021
Aun cuando lo primero que se suele atribuir a las plataformas sociodigitales es su función como medios para el esparcimiento, otorgándoles así un rol semejante al de un videojuego convencional, su utilidad no está circunscrita al tiempo dedicado al ocio. Esto se debe a que los usuarios han ido encontrando con el paso del tiempo otras maneras de aprovechar las herramientas proporcionadas por estos medios sociales, trasladándolas a ámbitos muy alejados del entretenimiento, tales como la educación, la investigación, el trabajo, etcétera. Es tanta su versatilidad que su alcance se ha extendido al plano político y social, motivo por el cual muchos activistas, así como el resto de la ciudadanía, han aprendido a hacer uso de estas tecnologías no sólo como espacios de lucha, sino como instrumentos para impulsar o promover cambios. Ahora bien, ¿qué características tiene el uso de los recursos de la web 2.0 en el terreno de la lucha ciudadana? ¿En qué se diferencia del tradicional? ¿En qué se parece? Procuraremos aproximarnos a estas interrogantes examinando tres casos de participación ciudadana en los que las plataformas de redes sociales han sido un factor determinante.
Empezaremos nuestro recorrido por Nigeria. El 14 de abril de 2014, la organización terrorista Boko Haram secuestró a 276 niñas en una localidad conocida como Chibok. Ese acto llevó a miles de nigerianos a protestar, impulsados por el deseo de exigirle al entonces presidente, Goodluck Jonathan, que fuera más efectivo en la búsqueda de estas jóvenes. Esa preocupación de la ciudadanía también se hizo sentir en internet, condensándose en una etiqueta bastante precisa: #BringOurGirlsBack. Se le ocurrió a un abogado nigeriano el 23 de abril de 2014, quien la usó en un tuit donde hacía referencia a un evento de la Unesco (Córdoba, 2017). En un lapso menor a las tres semanas, el hashtag se había vuelto tan popular que ya había sido utilizado alrededor de un millón de veces, incluso por la primera dama de Estados Unidos (Shearlaw, 2015). Una acción común durante la campaña consistía en tomarse una foto sosteniendo un cartel en el que aparecía la etiqueta y subirla a Twitter, Instagram o Facebook (Fernández, citada por Córdoba, 2017). Aunque muchas de las chicas recobraron su libertad, cabe señalar que, para el 14 de abril de 2021, 112 de ellas todavía estaban desaparecidas (Flores, 2021).
Pasamos ahora a Venezuela. El mes de abril de 2021 le abrió las puertas a una ola de denuncias de acoso y abuso sexual, una iniciativa feminista que ha sido posibilitada por las plataformas sociodigitales. Todo comenzó cuando Alejandro Sojo, integrante de una banda de rock, fue denunciado por al menos seis mujeres, culpándolo de acosarlas para tener relaciones sexuales cuando eran menores de edad. Todos los relatos han estado acumulándose en una cuenta Instagram: @alejandrosojoestupro. Otro testimonio emblemático fue el compartido por la usuaria de la cuenta @chellesoy, quien acusó al miembro de otra agrupación de violarla aprovechándose de su estado de ebriedad. Sin embargo, la acusación de mayor impacto para la opinión pública ha sido la de una tuitera que, manteniendo el anonimato, denunció al escritor venezolano Willy McKey por acostarse con ella cuando tenía 16 años. Poco después de que esta información se propagara esta información, el artista admitió hacer incurrido en estupro y ofreció sus disculpas. Otras mujeres se pronunciaron. Un día después se suicidó, lo cual generó respuestas polarizadas por parte de la ciudadanía venezolana acerca del papel de las plataformas de redes sociales en su muerte (Singer, 2021).
No cabe duda de que el caso más reciente de activismo a través de internet son las protestas organizadas por quienes se oponen al presidente Iván Duque en Colombia, que iniciaron el 28 de abril de 2021 y, al momento de la realización del presente trabajo, todavía estaban en desarrollo. El origen de las manifestaciones fue una reforma tributaria impulsada por el Gobierno en plena pandemia de coronavirus. Frente a la respuesta de la ciudadanía, el ministro de Hacienda se vio obligado a renunciar y la propuesta tuvo que ser retirada (Velásquez, 2021). Además del activismo en la calle, los medios sociales han servido para difundir los motivos de la indignación popular, tanto dentro como fuera del país, al igual que los excesos de las fuerzas policiales y militares. Una muestra de ello fue la utilización del canal de YouTube de la Organización de Naciones Unidas para promover la causa de los ciudadanos. También es oportuno referir el hecho de que, ese mismo día, “S.O.S. Colombia” se volvió tendencia en Twitter, incluso en otras partes del mundo, lo cual indujo a artistas nacionales e internacionales a expresar su solidaridad (“S.O.S. Colombia”, el mensaje de miles de usuarios en transmisión de YouTube de la ONU, 2021).
Si bien las diferencias entre los tres casos difícilmente podrían ser ignoradas, las similitudes nos permiten arrojar algunas claves sobre el activismo digital. De entrada, salta a la vista el efecto multiplicador que una acción individual o un evento de gran impacto es capaz de desencadenar cuando hay emociones fuertes y principios considerados innegociables de por medio. El efecto bola de nieve se traduce en la obtención de nuevos prosélitos, dispuestos a reforzarlo o, cuando menos, de simpatizantes, inclusive en otras latitudes. También opera como una manera de llamar la atención de figuras públicas, quienes acaban prestándole una parte de su fama y su tribuna al movimiento en cuestión. Ese vigor renovado sirve, en ocasiones, para reforzar la propia actividad desarrollada a través de las redes, pero, en otras circunstancias, le da mayor impulso a acciones de calle. Debe destacarse que ninguno de estos efectos se consigue de manera deliberada, al menos en las fases iniciales de los eventos estudiados. Tampoco hay indicios de que líderes concretos hayan motorizado el avance del movimiento a fuerza de carisma e inteligencia: todo surge del esfuerzo concertado de una red que se va construyendo sobre la marcha.
Sin embargo, el activismo digital no es completamente diferente del tradicional, por cuanto comparte ciertos elementos con éste. La lectura binaria característica de este último permanece en el desplegado a través de las plataformas sociodigitales, particularmente en su discurso. Un común denominador de los tres casos estudiados es la relación de dominio que se establece entre el movimiento —que se ven a sí mismos como los pacíficos, los oprimidos, la multitud de la fuerza contrahegemónica— y aquellos que, por un motivo u otro, se erigen en sus adversarios —vistos por sus adversarios como los violentos, los poderosos, los representantes de la fuerza hegemónica—. El grupo dominante puede ser un grupo terrorista, un Gobierno o el patriarcado; el grupo rebelde, un pueblo pacífico, una oposición o las feministas. Así pues, nos encontramos en una situación de conflicto, no de cooperación con el otro, aunque esto no suponga acudir a medios violentos. Si hubo oportunidad de solucionar el conflicto por medio de un acuerdo, el tiempo para construirlo se ha agotado, quizá de manera definitiva. En tal sentido, la acción colectiva estaría dirigida a transformar dicha relación (Sierra, 2016), satisfaciendo así las necesidades de quienes protestan.
Para la ciudadanía, el activismo vía internet constituye una manera alternativa de emprender sus luchas, la cual puede servir de complemento para el activismo convencional o funcionar como una serie de acciones autosuficientes. Al no depender de que todos los involucrados se encuentren físicamente presentes en el mismo lugar, puede tener un gran alcance, que, en ciertas circunstancias, es capaz de trascender las fronteras geográficas. Sin embargo, su origen espontáneo y su evolución incierta, amén de la ausencia de un liderazgo identificable, no sólo dificultan la tarea de regular la acción colectiva de conformidad con los avances y retrocesos de cada jornada, sino que entraña el riesgo de provocar efectos imprevistos e indeseados, y crean oportunidades para que individuos o grupos ajenos al movimiento capitalicen su impacto en favor de intereses contrarios a los objetivos de los activistas. Aun así, tales riesgos en modo alguno niegan las enormes potencialidades de las plataformas de redes sociales para quienes apuestan por el cambio social, sobre todo cuando el sector favorable a la preservación del statu quo cuenta con herramientas lo suficientemente poderosas como para vencer. He ahí la importancia del activismo digital.
FUENTES CONSULTADAS
Córdoba, Ana (2017). El slacktivismo como recurso de movilización en redes sociales: el caso de #BringBackOurGirls. Comunicación y Desarrollo, 30, 239-263.
Flores, V. (14 de abril de 2021). Todavía faltan 112 de las ‘chicas de Chibok’. El Periódico. Recuperado de https://www.elperiodico.com/es/internacional/20210414/siete anos-secuestro-chicas-chibok-11654936
Shearlaw, M. (14 de abril de 2015). Did the #bringbackourgirls campaign make a difference in Nigeria? The Guardian. Recuperado de https://www.theguardian.com/world/2015/apr/14/nigeria-bringbackourgirls-campaign-one year-on
Sierra, F. (2016). Cibercultura, ciudad y nuevos movimientos urbanos. En Activismo digital y nuevos modos de ciudadanía: Una mirada global. (pp.60-96). Barcelona: UAB.
Singer, F. (1 de mayo de 2021). Una ola de denuncias de abuso y acoso sexual descubre la herida del Me Too en Venezuela. El País. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2021-05-01/una-ola-de-denuncias-de-abuso-y-acoso sexual-descubre-la-herida-del-me-too-en-venezuela.html
“S.O.S. Colombia”, el mensaje de miles de usuarios en transmisión de YouTube de la ONU (5 de mayo de 2021). Recuperado de https://www.semana.com/nacion/articulo/sos colombia-el-mensaje-de-miles-de-usuarios-en-transmision-de-youtube-de-la-onu/202107/
Velásquez, M. (1 de mayo de 2021). ¿Qué está pasando en Colombia? Reforma tributaria, protestas, militarización de ciudades y amenazas a la ONU. CNN en Español. Recuperado de https://cnnespanol.cnn.com/2021/05/05/protestas-colombia-reforma tributaria-violentas-militarizacion-ciudades-amenazas-a-la-onu-orix/