5 de diciembre de 2009
Con las manos temblorosas, bajó el primer peldaño hacia la cueva subterránea. Ya no podía echarse para atrás. Ahora, a última hora, la deserción estaba descartada como alternativa; debía culminar el trayecto, costase lo que costase.
Al principio, no notó nada, salvo el griterío de voces “humanas”. Del susto, casi olvidó extraer la llave amarillenta, aquella que le permitiría adentrarse en el peligro. Una vez que la utilizó, la estatua de brazos metálicos lo dejó pasar. Cada una de estas acciones las hacía lleno de temor, pues sabía que no estaba solo.
De pronto, se le hizo imposible ignorar a quienes lo acompañaban. Cientos de criaturas a lo Doctor Jekyll comenzaron a acercársele y a apretujarlo de modos inimaginables. Por suerte, un rugido del viento acompañado de una ráfaga de luces las apaciguó un momento.
En ese momento, vio que estaba frente al portón que buscaba. No obstante, las poco amistosas fieras también querían cruzarlo de cualquier modo, dando inicio a una lucha sin cuartel. Se abrió paso entre ellas hasta la siguiente sala y se sujetó a la primera columna que consiguió. Supo que venía lo peor. Sintió el calor sofocante, el aliento de los monstruos en su nuca y las dificultades para respirar.
Para su sorpresa, vino una sacudida que distrajo a los seres. Pese a ello, insistían en querer comportarse como rodillos de cocina. Tras varios minutos vertiginosos, el temblor cesó. Otra entrada surgió. Una fuerza salvaje lo obligó a atravesarla, mientras observaba a una inmensa serpiente desplazándose en la lejanía. Varios empujones le hicieron perder el equilibrio, sin embargo consiguió recuperar la verticalidad.
En el forcejeo, descubrió las escaleras que conducían al exterior. Tal fue la rapidez de su reacción que, sin saber cómo, había llegado a la salida. Estaba de nuevo en la superficie. A su alrededor, los Doctores Jekyll se fueron separando y transformando, cada uno, en un Mister Hyde. Soltó un suspiro de alivio al comprobar esto y reemprendió su camino. La experiencia lo había cambiado, haciéndole valorar la utilidad de caminar. Era peligroso en una ciudad tan insegura, pero resultaba preferible a usar el Metro en una hora pico.