1 de agosto de 2009
Si bien los entrenadores de fútbol menor ven la práctica deportiva como un acto recreativo, algunos padres la miran como obligación
La tarea asignada por la escuela no molesta a los muchachos. Después de todo, se trata de una misión que están muy dispuestos a cumplir: recrearse y divertirse en un rectángulo de grama con un balón. ¡Tranquilos, padres y representantes! No han cambiado los métodos de enseñanza tradicionales ni tampoco están reparando las aulas; estamos en una escuela de fútbol infantil.
Ahora bien, la presencia de estos infantes en el campo deportivo no es un mero capricho propio de la edad. En efecto, a muchos les gusta el deporte rey y se saben de memoria los nombres de Cristiano Ronaldo, Juan Arango y Lionel Messi. También aprovechan su tiempo libre para ver por la pantalla chica la liga española o los partidos de la selección. Por si fuera poco, tienen sus clubes favoritos en distintas competiciones del orbe. Sin embargo, los verdaderos responsables de su presencia en el campo de juego son los representantes, quienes tuvieron la última palabra en el asunto, independientemente del criterio infantil. ¿Por qué los trajeron aquí? Las razones son variadas, pero la decisión suele ser tomada por la misma autoridad.
Goles de altura
No llega a los 3.600 metros de altura del estadio Hernando Siles de La Paz, pero queda en las alturas. La Escuela de Fútbol Menor de la Universidad Central de Venezuela (EFM-UCV), ubicada en el cerro Sierra Maestra dentro del territorio ucevista, abre sus espacios para los niños fanáticos del fútbol y para los padres fanáticos de sus hijos.
La EFM da cabida a jóvenes y niños con edades comprendidas entre los siete y los veinte años, los cuales son subdivididos de acuerdo a ese factor en distintas categorías. En total, esta institución tiene seis. Para los niños están las categorías Pre Infantil B (de 7 a 9 años) y Pre Infantil A (de 10 a 11 años). Las otras cuatro son para preadolescentes y adolescentes.
Para seleccionar a los niños, se realizan anualmente actividades previas a la temporada, en las cuales son puestos a prueba y, de acuerdo a sus capacidades, son colocados en la Serie A o en la Serie B. En la primera se ubican los mejores talentos que se hayan encontrado en cada categoría, mientras que en la segunda se ubican los restantes. Estas series están presentes en todos los niveles, incluso en los superiores.
De acuerdo a lo relatado por distintos familiares, la principal motivación para inscribir a los infantes en esta academia se encuentra en la búsqueda de distracciones para el tiempo libre de estos últimos, alejadas de la inactictividad.
Hilda González es una de ellas. Tiene a su hijo de nueve años participando en la “Pre B” de la academia. Cuenta que su hijo, hasta antes de enero de este año, ocupaba buena parte de su tiempo en los programas de televisión, las computadoras y los juegos de Playstation. Insiste en que llevó a su hijo a la EFM con la finalidad de sacarlo de su sedentarismo. “No es para que sea un profesional, sino para que se ejercite, porque eso es provechoso para él”.
El hijo de Nancy Álvarez, Miguel Alfredo, también tiene nueve años, pero su estadía en el deporte organizado se remonta a hace dos años. “No hallaba qué actividad hacer con ellos en la casa. Vine para acá en agosto de 2007 y los metí en un plan vacacional en natación”. Sin embargo, su hijo y ella no se sintieron a gusto, de modo que, el año pasado, se decidió a cambiarlo para la disciplina de Ronaldinho.
Santos remates
La fe mueve montañas y la dedicación hace los goles. La escuela del Deportivo Gulima, ubicada en la población de San Antonio en el estado Miranda, se dedica desde 1999 a forjar a los nuevos valores del fútbol venezolano. De acuerdo a cálculos de la organización, hay un total de 350 alumnos de todas las edades. Entre los más pequeños, cuentan con un aproximado de 40 niños por categoría.
Las categorías para los más jóvenes que se encuentran en esta escuela son Semillitas (3-6 años), Pre B (6-8 años), Pre A (8-10 años) e Infantil C (10-12 años). En cada una de estas etapas, el joven permanece dos años, independientemente de las capacidades que tenga. Son ciclos que no deben ser interrumpidos bajo ninguna circunstancia.
La escuela tiene dos torneos, en los cuales juega los fines de semana contra ligas de Caracas. Con un nivel más exigente se encuentra la Liga Cesar del Vecchio, donde participan colegios de todas partes de la capital, tales como Santo Tomás de Aquino, Cristo Rey, La Salle, entre otros. Por otro lado, con un nivel más bajo, igualmente participan en la Liga Rómulo Hernández, en la cual se involucran las Asociaciones de Catia, 23 de Enero, entre otras.
En el Deportivo Gulima no sólo juegan niños que puedan cancelar sus pagos, sino también niños de bajos recursos que no pueden cubrirlos. “Tratamos de unir a los niños de diferentes niveles económicos, ya que existen niños con pocos recursos que no tienen para pagar la inscripción ni la mensualidad. Por ende, hacemos un seguimiento al niño, si vemos que cumple con un rendimiento en el fútbol y con disciplina son becados por la escuela, expresa Jesús Feijoo, coordinador de la academia mirandina.
Adrián Gómez, no solamente disfruta jugar fútbol, sino que también le encanta seguirlo. Fiel a su ascendencia portuguesa, es fanático de Portugal y del Oporto de Lisboa, sin embargo también tiene sus gustos locales con el Caracas Fútbol Club. A la hora de pensar en sus puntos fuertes como jugador, no tarda en mencionar tres de sus virtudes: “Meto goles, paro pelotas también y chuto tiros libres”.
Maribel De Gouveia Jardim, su madre, confiesa que su pasado deportivo pesó a la hora de iniciar a sus hijos en el mundo del deporte rey. “Después que me casé y lo dejé. Me gustó el deporte, metí a los muchachos y tengo a los dos: Uno en Pre B y otro en Infantil B”. Para manejar el tiempo entre las clases y el fútbol, De Gouveia afirma que todo es cuestión de disciplina. “Ellos estudian de 7 de la mañana a 12 del mediodía y practican entre las tres y seis de la tarde”.
Porque mi papá decidió
En algo coincide la mayoría: el gusto de los niños por el fútbol no es una razón de peso para que los padres se decidan a inscribirlos en una academia de fútbol. Las principales motivaciones tienden a ser interpretaciones y criterios asumidos por los representantes y no por los representados. Evidentemente, la idea puede surgir del gusto del niño por el deporte, pero la decisión que inclina la balanza queda en los mayores. Marcos Medina, preparador físico infantil adscrito al Instituto Nacional de Deportes, estima que esto es así en el 80% de los casos.
El primer argumento esgrimido es la búsqueda de un deporte para los niños que les ocupe el tiempo libre y los mantenga en forma. Así lo indica el entrenador César Moreno, quien trabajó en distintas categorías de la EFM. “Buscan ponerles una actividad física en las tardes por salud y para tenérselas más ocupadas”. Por el contrario, Medina hace hincapié en la parte psicológica. Para él, practicar deporte también permite desarrollar habilidades que van más allá de lo motor. “El deporte disciplina mucho al ser humano. Inscriben a sus hijos para que sean seres disciplinados, puntuales y responsables”.
Practicar un deporte constituye un alivio para muchos padres, pues consideran que aleja a los niños de las problemáticas propias de las urbes. “Cuando el niño está en un deporte va a ir de la escuela al deporte, del deporte a la casa. Lo alejan de los vicios”, afirma Medina, aludiendo al problema de las drogas y la inseguridad en el país.
Edurne De Bilbao, presidenta de la EFM-UCV apunta que, en ciertas épocas, aparecen otras razones que no suelen presentarse en otros momentos. En épocas de competiciones futbolísticas importantes, ella asegura que aparece un interés inusitado por llevar muchachos a las academias deportivas. “Cuando es la época de los mundiales y todo eso, vienen muchos niñitos”, asegura.
No obstante, todas esas razones se quedan cortas ante una que puede resultar problemática para los menores de edad y los entrenadores. Se trata de aquellas familias que buscan convertir a sus hijos en profesionales del fútbol, sin evaluar sus capacidades y limitaciones.
En este apartado, no hay consenso. De acuerdo a Feijoo, los padres que fueron futbolistas son los que más obligan a sus hijos a ser triunfadores en el área, aunque éstos no quieran. “El padre que jugó fútbol quiere que su hijo juegue fútbol. También está quien jugó fútbol pero no profesional y es el que más quiere que su hijo juegue”. Muy por el contrario, para Moreno, estos casos se dan en aquellos representantes que nunca practicaron un deporte y aspiran a que sus hijos hagan lo que ellos no hicieron.
Menos presión, más apoyo
Cuando las expectativas paternales se convierten en la causa para incorporar a un niño al deporte, la armonía se acaba. En esos casos, el fútbol menor se convierte en el campo de batalla entre dos bandos bien definidos. Por un lado, los entrenadores llevan su ritmo de preparación particular. Por el otro, los representantes tienen su propio plan basado en sus criterios personales para evaluar a sus representados. En el medio de ese conflicto, los niños sufren los inconvenientes. Sobrellevar esos problemas constituye una labor ineludible.
La razón de esta querella radica en la visión que los progenitores tienen de sus descendientes. Renee Zubeldía, joven de 21 años que labora para el Club Deportivo Gulima en las categorías Pre A, Pre B y Pre C, certifica que ha enfrentado este problema varias veces. “Los papás siempre ven a su hijo como el mejor, pero hay que saberle decir a los padres, de manera sutil, que su hijo no es apto para el fútbol. Hay muchos que se molestan”. Moreno estima que el principal problema está en que los padres no conocen las vicisitudes por las que deben pasar los atletas. “No tienen ni idea de lo complejo que es, entonces le piden al niño que haga lo que ve en televisión y, realmente, no puede”.
Los efectos de esta presión paternal no se hacen esperar. De acuerdo al documento “El niño y el deporte”, difundido por la Sociedad de Pediatría de Asturias, Cantabria, Castilla y León en su boletín numero 36, puede ser causante de un gran estrés en el menor. “El estrés psicológico puede ser el desencadenante de patología somática. Esto sucede, especialmente, cuando el niño está inmerso en la competición deportiva y sería debido a la presión psíquica que, sobre él, ejercen los padres, los entrenadores y la propia competición”. Esta situación degenera, a su vez, en distintos trastornos físicos. Entre ellos, se destacan las afecciones gastrointestinales y dermatológicas, así como trastornos en la alimentación.
Quienes deseen evitar estas consecuencias, deben estimular un entorno mas agradable para los niños que practican futbol y otras disciplinas. “Desde que los niños están en preescolar hasta que los niños están en edad de primera etapa de la educación, la preparación tiene que ser en base a la recreación del niño”, explica Medina. Una postura similar sostiene Endre Benedek, para quien es importante recordar el tiempo que los infantes dedican a las actividades escolares y que, en base a ello, el deporte debe ser menos exigente y tender mas al entretenimiento.
En ese sentido, tanto padres como entrenadores tienen que tomar conciencia de las fortalezas y debilidades de los infantes. Mientras los entrenadores se dedican a formar y desarrollar a los niños, los representantes deben convertirse en una fuente apoyo moral y no en una carga adicional. “El rol del padre debe ser ese que comprenda que se trata de niños, que tiene que disfrutar el trabajo que están haciendo”, señala Medina.
A fin de cuentas, cree que se trata del orden natural del universo del futbol menor. “Se supone que dentro del mundo deportivo el entrenador tiene que ser el malo y los padres tienen que ser los buenos”.